Soy tercera generación de empresarios (hasta donde yo sé…), hermano de empresaria, primo de empresarios y casado con una empresaria… siempre he tenido un gran respeto por todas aquellas personas, que emprenden un negocio sea grande o pequeño, su empeño, su sacrificio, y las ganas de progresar siempre, han despertado mi admiración. Por ese motivo, soy siempre tan crítico con aquellos que, creyéndose empresarios, lo que en realidad hacen es especular, o peor aún, enriquecerse a cualquier precio, sin importarle el impacto social o medioambiental que generan.
El verdadero empresario de raza, es una persona comprometida con sus colaboradores, proveedores, accionistas, clientes, sociedad y desde luego intenta hacer las cosas de la mejor manera posible, para entregar un excelente producto o servicio, al mejor precio, con el mayor impacto social posible. Hacen el trabajo cuando dicen que lo harán, contestan el teléfono cuando llama un cliente, ofrecen soluciones cuando surgen problemas, sin descanso, ….24x7x365….pero en la actual revolución social y tecnológica, ya no es suficiente con ser una “buena” empresa para triunfar, hay que ser “excelente”.
Las empresas “excelentes” son proactivas, están en constante conexión con sus clientes y conocen sus puntos débiles y sus necesidades. Ofrecen ideas y soluciones sin que se les solicite, les brindan soluciones antes de que surjan los problemas. Y van más allá, anteponen el impacto social y medioambiental al propio rendimiento económico a corto plazo, al dinero fácil. Este tipo de empresas en mayúsculas, están compuestas por personas dedicadas en cuerpo y alma, cuyo objetivo es garantizar que sus clientes estén siempre satisfechos con su producto o servicio, además de garantizarle que con su actividad protegen a la comunidad, generan bienestar, y no destruyen el medioambiente.
Los empleados de estas empresas excelentes se preguntan a diario: ¿Estoy sirviendo a mi cliente de la mejor manera posible? Y si me quedo corto, ¿me estoy comunicando con mi gerente y compañeros de trabajo para que nosotros, como equipo, podamos mostrar la atención que nuestros clientes merecen? ¿Estoy integrando en mi día a día la estrategia ESG de la empresa? ¿Contribuyo con mi trabajo a hacer un mundo mejor, además de hacer felices a mis clientes? Las buenas empresas asumen que sus clientes están contentos con su servicio. Las empresas excelentes están en constante conexión con sus grupos de interés, para escuchar si hay malas noticias, y poder poner soluciones, aprenden de ello y mejoran su negocio, día a día.
Las grandes empresas se centran en un objetivo y no se distraen de él. Son estratégicos. Los empleados de las grandes empresas establecen plazos semanales, mensuales, trimestrales, anuales y de vida, es decir, tienen un propósito claro, y todos trabajan hacia la misma dirección.
Las empresas excelentes tienen grandes líderes. Personas que motivan a otros a su alrededor y construyen relaciones que crean confianza y comunicación abierta. Grandes personas que crean una cultura de responsabilidad y que no temen tomar decisiones por el bien de su equipo, la empresa, la sociedad y el planeta. Siempre con bajo perfil, sin necesidad de salir en la foto, protegiendo a su “tribu”.
Las empresas excelentes asumen riesgos, lo que a menudo significa que fracasan. Pero, lo que los hace grandes es cómo responden a sus errores. Hablan abiertamente de ellos, aprenden, mejoran y son transparentes. Premian a los empleados que asumen riesgos, ensalzan aquellos que protegen el propósito, porque al final del día, eso es lo que realmente impulsará el negocio a medio y largo plazo.
Las empresas excelentes, son aquellas que redefinen su éxito, que van mucho más allá del enriquecimiento de sus accionistas a corto plazo, son aquellas que triunfan, haciendo un bien en la sociedad, que piensan en las siguientes generaciones, que se levantan cada día obsesionados con hacer un mundo mejor.