Una de las cuestiones que más complejas que suelo debatir con empresarios o altos ejecutivos, cuando abordamos cuestiones filosóficas y estratégicas sobre el propósito de sus empresas a largo plazo (y eso es en el mejor de los casos…) es cómo pueden contribuir a hacer del mundo un sitio mejor. Lamentablemente es una cuestión que no tiene una respuesta sencilla, dado que partimos de una base de pensamiento deformada.
La escuela de pensamiento económica que llevamos implantando desde hace más de un siglo, considera que el éxito empresarial básicamente es el enriquecimiento de sus accionistas. Citando literalmente algún fragmento del libro de economía de Stanley Fisher, Rudiger Dprnbusch y Richard Schmalensee publicado por McGraw Hill, que la mayoría de los líderes actuales estudiaron en los ´80 cita: «Los propietarios de los tipos de organizaciones que existen quieren que las empresas maximicen los beneficios para hacerse lo más ricos posibles», es más, por si hay dudas remarcan lo siguiente: «Conviene no olvidar que las sociedades rara vez gastan una buena parte del dinero de sus accionistas en actividades benefactoras. Las actividades benefactoras de las sociedades americanas son en promedio muy inferiores al 1% de los ingresos antes de deducir los impuestos, incluso en las más grandes»…. No es de extrañar que los dirigentes actuales, cuando se les pregunta por cuales son sus preocupaciones, todo gira al rededor de lo mismo, enriquecerse…
En el último estudio de Clima Empresarial de la Cámara de Comercio de España que ha elaborado Sigma Dos, los empresarios consultados coinciden en mostrarse preocupados por los efectos que el incremento en los costes laborales, los precios de consumo y los costes energéticos y de las materias primas pueden tener tanto en la evolución económica general como sobre su propia actividad.
- El informe también refleja que el 78,8% de las empresas encuestadas confiesa tener problemas para captar y contratar personal adecuado para nuevos puestos de trabajo o cubrir bajas.
- Más del 76% de las empresas consideran que la digitalización es importante para mejorar su competitividad.
- Por último, el 67% de las empresas reconoce no estar internacionalizada, un aspecto que se ha mostrado clave para superar crisis anteriores.
En ningún caso expresan su preocupación por temas sociales o medioambientales, y menos aún del rol que sus empresas podría tener para solucionar los grandes retos de la humanidad, clasificados por Naciones Unidades como las ODS o SDG en inglés.
Por eso concluyo, que el principal problema es la definición del éxito empresarial. Nos han “mal formado” haciendo creer que el éxito es quien más se enriquece, el que más gana, sin importar las consecuencias o peor aún, el “como” se ha enriquecido. Todo ello nos ha llevado, por resumirlo mucho, a una pésima imagen de la empresa y el empresario, a la vez que está generando una desigualdad social y un deterioro del medioambiente insostenible.
El verdadero éxito empresarial es tener un gran impacto en la sociedad. Partiendo de la base que las empresas han de cubrir una demanda existente (no sobre provocarla), generando empleo justo y bien remunerado, a la vez que no degrada el medioambiente e intenta regenerarlo, con un impacto social positivo en su comunidad. Resumiendo, el éxito empresarial debería estar mucho más centrado en el “como” que en el “que”.
Las verdaderas empresas de éxito son aquellas que impactan positivamente en la sociedad y lo miden, quieren crecer lo máximo a la máxima velocidad, pero no a cualquier precio ni a cualquier rentabilidad. Degradar el planeta o explotar a la gente, no debería considerarse éxito empresarial.
Espero y deseo que cada vez más las escuelas sensibilicen de este nuevo modelo empresarial “consciente” y que cada vez tengamos más referentes de empresarios con alma, para que los futuros estudios que leamos, vemos reflejado como principales preocupaciones de los empresarios y altos ejecutivos, el bienestar social y medioambiental, a la vez que se preocupan de la buena salud financiera de sus empresas.
Foto de Roman Odintsov.