Es nuestro cerebro y la forma individual en la que gestionamos la información de nuestro entorno los que permiten a los 8.000 millones de habitantes del planeta Tierra decidir si hoy queremos amar, odiar, cuidar, alejar de nosotros o formar una familia con cualquiera de las personas con las que hoy hablaremos o a las que conoceremos.
Es decir, los estudios internacionales nos están diciendo que, si queremos cambiar la vida dentro del planeta Tierra, podemos hacerlo; solamente deberemos “pensar y actuar en positivo”.
El movimiento ha de partir desde nuestra tierna infancia, a través de una mejor educación desde los primeros años de vida. Para el neuropsicólogo Richard Davidson, el cerebro de las personas con las que nos cruzamos percibe “nuestros pensamientos” y la ciencia ahora conoce cómo puede entrar en nuestros circuitos neuronales para cambiar nuestro día a día.
“Nuestro cerebro es el único órgano del ser humano que está diseñado para cambiar a través de la experiencia”
Richard Davidson fue el primer científico que prometió al Dalái Lama que haría todo lo posible para que la amabilidad, la ternura y la compasión estuvieran en el centro de sus investigaciones, demostrando en sus estudios que el desarrollo de emociones positivas, especialmente en la adolescencia, son claves para evitar bloquear emociones positivas.
La educación: donde comienza todo
Si entendemos que la generación capaz de cambiar su cerebro y sus emociones será una generación que cambiará el mundo, podremos aplicar internacionalmente dinámicas de aprendizaje basadas en personas más sensibles ante las realidades de otros.
Ahora, que durante meses los niños y niñas han estado fuera de sus escuelas para vivir “confinados” con sus familias, su cerebro ha estado cambiando, habrán sido las experiencias vividas las que le habrán permitido avanzar o retroceder en la mejora de sus hábitos sociales y, en el futuro, mejores relaciones interpersonales.
Nuestro cerebro es el único órgano del ser humano que está diseñado para cambiar a través de la experiencia. La forma de actuar no es un “don” que viene innato al niño, es un “aprendizaje” que nos permitirá ser compasivos si desarrollamos emociones positivas, o crueles si nuestra formación ha potenciado las emociones contrarias.
La formación de nuestro cerebro se extiende a lo largo de toda nuestra vida profesional, pero también como personas debemos de “educar” esta inteligencia; no podemos basar nuestra actitud -como futuros padres, amigos, compañeros de trabajo…-, en nuestra predisposición genética.
Una buena educación temprana y el entrenamiento adecuado de nuestro cerebro, tienen la capacidad de cambiar nuestro entorno, y a toda la sociedad.